Ventana

Ayer me había quedado dormida en el tren. Estaba realmente muy cansada y palmé durante 45 minutos. Afortunadamente tengo una especie de reloj para despertarme una o dos estaciones antes de Ezeiza, pero la hinchazón de ojos no se me va enseguida. Bajé del tren y corrí para llegar rápido a la interminable fila de colectivos.

Fue ahí que la vi.

Mientras hacía la cola, que era más o menos de cincuenta personas delante mío, empecé a sentir el insufrible olor a vómito en la vereda. A unos metros estaba uno de esos negocios donde venden panchos y hamburguesas y por algún lugar de ahí un nene se había desgraciado lindo. El olor era insoportable, tanto así que la gente que iba a pedir un pancho se iba diciendo "Nono, gracias, dejá". Cuando ya estaba al borde de irme de ahí salió ella, Diana, con un balde de agua y una escoba a limpiar todo. Yo no la reconocí enseguida ni ella a mi tampoco. Es más, dudo que ella me haya reconocido después.

Andaba en chancletas, tenía los pantalones arremangados, una pulsera deshilachada en el tobillo derecho, la remera llena de aceite y el pelo desteñido y hecho un rodete. Yo le vi algo familiar, no sabía de donde, hasta que largó una puteada baja y le vi los dientes. Había un huequito. En ese momento todo fue un marchatrás para mi cabeza. Esa ventanita en los dientes me llevó al pasado. A mis 8 años.

En mi grado éramos muchísimos chicos, tanto así que en los días de mucho calor la maestra prefería sacarnos al patio a corretear que aguantar cuarenta y seis mocosos de mal humor y apestando los caldos. Nos llevaba al tinglado, elegía dos chicos como capitanes, les daba una pelota y jugábamos al Quemado. A mi siempre me elegían casi última porque era chiquita y muy flaca, así que me quemaban primero o me ignoraban durante todo el partido. O a veces peor, me hacían burlas por los dientes grandes o por lo que fuese (los chicos son malos) Yo siempre prefería mirar desde afuera y no jugar, pero tenía que jugar igual porque sino el número era impar.

Un día me levanté con un humor pésimo. Le pedí a mi vieja, doña Pupolina mayor, que me dejara faltar, pero mi vieja se negó rotundamente. Hice berrinches múltiples durante todo el camino a la escuela y durante la primera hora, pero no gané nada. Y al rato la maestra nos llevó a jugar al quemado. Diana estaba ahí, entre todas las chicas, burlándose de mi llanto.

Che, ratona. ¿No te vino a buscar tu mami? ¿Tu mamá te lima los dientes todas las noches para que no le rayes el piso, no? ¿Sabés qué Pokemon sos vos? RATATA. ¿Vos te lavás los dientes con una mopa verdad? JAJAJA.


Luego, a la hora de elegir el equipo, la maestra me dijo que jugara y no llorara más o que la acompañara a dirección a hablar con la directora. Preferí callarme, porque si el llanto llegaba a mayores y llamaban a mi vieja iba a tener mejores razones por las cuales llorar. Acepto que estaba llorando por llorar.

A Pupolina no la elijan porque nos va a pinchar la pelota con los dientes. Además empieza a correr y deja surcos en el piso.


Jugamos todos. Yo di mi mejor esfuerzo y resultó que ser chiquita tiene sus ventajas. Al resto de los chicos les costaba mucho darme con la pelota porque había menos persona a la cual apuntar. Al final quedé como última sobreviviente, y gracias a un pase al Gordo Díaz ganamos el partido. Fuimos a lavarnos un poco las manos y la cara en el baño y ahí estaba Diana.

Lo que pasa es que cuando nos acercamos a Pupolina el reflejo del sol en las paletas nos dejaba ciegos JAJAJA vos tenés los dientes tan grandes que el ratón Perez se volvió ciruja después de pasar por tu casa. Ahora junta cartones por tu culpa JAJAJA


No sé qué fue primero o qué fue después. No recuerdo si primero le di el empujón y luego le dije "Vos callate pedazo de sorete mal cagado, hija de un camión lleno de putas"´. Sé que el empujón fue terrible y encima a traición. Ella estaba de espaldas a mi, mirándose al espejo su sonrisa perfecta, la misma sonrisa que fue a parar a la punta de la mesada.

Recuerdo el llanto de ella, recuerdo haber salido corriendo, recuerdo a mis compañeros festejando y recuerdo que la maestra no quiso decir nada en mi casa porque me hubiesen castigado y porque además, la mestra al igual que los demás, sabían que yo actué como hubiese actuado todo ser humano con una inflamación importante en las pelotas. Y eso que pelotas no tengo.

Aún pareciera ir todo en cámara lenta. Ahí estábamos ahora las dos, otra vez frente a frente después de tantos años. Yo esperando un colectivo con los ojos rojos como aquella vez después de llorar, y ella en cambio fregando el vómito de otro, en chancletas. Mojándose las patas entre agua y jugo gástrico ajeno. Nuestras miradas se cruzaron en un momento. Al mirarme pensó ver un cliente que se acercaría a comprar y me sonrió.

3 comentarios:

SANTIAGO dijo...

grande pupolains! yo también por ser chiquito y paletón me gané más de una joda cruel durante mi infancia e incluso mi adolescencia. pero todos los que pasaron la línea de mi paciencia hasta el día de hoy recuerdan que el coloradito que se parece a felipe de mafalda viene en el mismo tamaño de envase que el veneno.

p.d.: dulce es el sabor de la victoria, amarga la derrota. y ninguno se compara con el de la venganza!

Dr. Lavátela, C. dijo...

Pero ella gano una habilidad. La habilidad de escupir por el agujero del diente, eso garpa, es re-femenino...

Zeithgeist dijo...

sientate a tu puerta y veras pasar el cadaver de tu enemigo...
snif, q lindo.

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